domingo, 1 de marzo de 2009

CENTRO HISTÓRICO DE HERMOSILLO.

CENTRO HISTÓRICO DE HERMOSILLO.
(Derechos Reservados)
Fragmento.
Ed. La Diligencia. 2009.
Hermosillo, Sonora.
1.- De Pueblo a Ciudad.


Sonora cruzó el siglo XIX por un verdadero berenjenal. Lo cruzó rodeado por comunidades indígenas irrumpiendo en las actividades productivas, asolando las rancherías del Distrito e interrumpiendo las precarias comunicaciones hacia un mundo que las intensificaba cada vez más, y por gavillas de bandoleros esperando el paso de la diligencia y atrasando los negocios con sus asaltos a mano armada. Grandes eran los riesgos de salir a los caminos, pero los negocios lo exigían. Cruzaban la “línea” protegidos por partidas de “ciudadanos armados con el objeto de escoltar conductas y algunos particulares…” Previendo que las mismas escoltas fueran en el futuro riesgos para los viajeros, reglamentaron las partidas desde el Ministerio de Guerra. El documento fechado a mediados de agosto de 1851, exigía a las autoridades civiles autorizar la convocatoria para la formación de los grupos, tomar nota del nombre de quien comandara las fuerzas, así como del punto de destino y del itinerario. Los riesgos y las distancias eran igual de dilatados. El exterior debió haber sido algo parecido a imágenes sueltas y borrosas que llegaban después de penosos tránsitos. Retazos, pedacería de un mundo modernizándose a zancadas y abriendo los nuevos caminos al comercio.
La calidad de una población depende y está estrechamente ligada a la calidad de las comunicaciones. En ocasiones los caminos nos adelantan el ambiente que podemos esperar en el pueblo que está al final del viaje. El que unía a Hermosillo con el puerto era prácticamente una brecha, llena de hoyancos, cruzada por arroyos sin vados y otros obstáculos, como piedras o grandes ramas. Y esta era la principal vía de comunicación de Hermosillo hacia el exterior y con el puerto de Guaymas como intermediario. Todo el norte y gran parte del sur de Sonora dependía del puerto para su movimiento comercial. El muelle de Guaymas era un asunto “estatal”, un asunto regional de importancia vital. Durante la construcción del muelle en 1836, el Gobernador del Departamento de Sonora decretó que todos los reos sentenciados a obras públicas de los Partidos de Arizpe, San Ignacio, Guadalupe, Moctezuma, Sahuaripa, Horcacitas, Hermosillo, Salvación de Buenavista y Loreto de Baroyeca, o sea prácticamente los de todo Sonora, fueran conducidos a la Villa de San Fernando de Guaymas y ocuparlos en los trabajos del muelle.
Hermosillo dependía del camino hacia el puerto para el desarrollo de sus negocios y el acceso de los insumos necesarios para el buen curso de sus empresas. El desarrollo urbano de la ciudad ha estado ligado al de las comunicaciones y sus medios de transporte. A la par, el puerto requería la mejora del camino y la formación de empresas de transporte, como las diligencias, para incrementar el movimiento comercial hacia el interior de la región. El 5 de abril de 1851, el Estado concedió a Dionisio Aguilar, Bernardo Lacarra, Manuel Oruño y Mateo Uruchurto, la exclusividad por diez años para explotar la línea de diligencias entre Guaymas y Hermosillo. La incorporación de nuevos medios de comunicación aumenta la capacidad de producción y de intercambio comercial.
Las primeras imágenes de la población las bosquejaron los viajeros extranjeros durante la primera mitad del siglo XIX. Henry G. Ward, de nacionalidad inglesa publicó su obra “México en 1827”, en la cual describe Hermosillo: “La población está construida de manera muy curiosa, ya que no hay nada que se parezca a una calle; las casas están dispersas en todas direcciones, con tan poca intensión de tener orden como si hubieran sido acomodadas por una tormenta”. El movimiento comercial a través del puerto de Guaymas trajo interesantes posibilidades a la economía de Hermosillo, que incidieron en su organización espacial. En el mes de marzo de 1840, el Y. Ayuntamiento contrató los servicios del maestro Mambrila para realizar los trabajos de trazo de las calles y delimitación de las cuadras.
Los viajeros del siglo XIX recorrieron el mundo buscando y estableciendo los contactos para extender los dominios del movimiento comercial. Al mismo tiempo, propagaron las ideas y las imágenes y establecer la comunicación entre los países promotores y los que iban integrando a este Nuevo Mundo. Las formas y los espacios arquitectónicos como medios de comunicación. Ward conoció la población cuando aun era la Villa del Pitic. Un pequeño poblado con sus tierras de labor extendiéndose a lo largo del Río de Sonora hacia el poniente, con un buen número de vecinos habitando casas de buen ver en los alrededores de la plaza. La Villa ya era un centro comercial de presencia regional gracias al citado tráfico comercial con Guaymas, y las ideas van prendiendo. El 4 de mayo de 1831, el Gobierno del Estado decretó la Ley No. 13, con la que estableció en Hermosillo “La Sociedad de la Ilustración”: “Su objeto no es otro que discurrir sobre ciencias, artes y agricultura; y emitir sus luces a sus ciudadanos, ya por la prensa o ya por medio de la discusión”. (Col. Fernando Pesqueira. Tomo I. BFP).
De punto receptor del comercio marítimo, Hermosillo pasa a ser centro de distribución regional. En 1856, ya corrían las diligencias rumbo a Ures, rumbo a la puerta de entrada a la región del río de Sonora, importante región agrícola y con gran potencial en la explotación de la minería. En 1861, el empresario guaymense, Tomás Robinson, en representación de Alfonso Coindreau, comerciante guaymense también, solicitó una prórroga de tres meses para el establecimiento de la ruta entre Hermosillo y el Tucson. En 1878, la línea de diligencias de Antonio Varela, cubría la distancia entre Hermosillo y Magdalena, para continuar su viaje rumbo a Tucson. El mismo Varela cubría la distancia entre Hermosillo y la Villa del Altar, para continuar su viaje a la citada población del Territorio de Arizona.
Hacia donde o de donde van y vienen las rutas trazadas por las comunicaciones, cuales son las que ponderamos y cuales son las que consideramos secundarias. En este juego se va construyendo la región durante el siglo XIX. No dirigimos la vista de igual manera al centro del país que hacia el este y el oeste de los Estados Unidos. Recordemos ambas regiones antes de la presencia del vecino del norte. Hacia la primera, el centro de la Nueva España, éramos sólo un valladar y proveedor de algunas riquezas minerales, hacia la segunda, una frontera encaramada en sus males. Paso siguiente, vamos construyendo la imagen de los Estados Unidos con las lecturas del progreso decimonónico. La región se construye partiendo de una intención, dejar de ser un simple muro protector hacia el centro del país y construirse como una región con su propio proyecto. Una intención que permea la naciente línea fronteriza hacia los Estados Unidos, y son las rutas hacia aquel rumbo las que ponderamos.
Así las cosas y abrimos las rutas rumbo al norte. En 1868, el Gobierno del Estado estableció un correo directo hacia el Tucson, con lo que la correspondencia entre Hermosillo y Nueva York tardaría diez y seis días en llegar. Los tiempos se acortan al paso de los años y de la incorporación de tramos de ferrocarril en los Estados Unidos. En 1880, el viaje entre Hermosillo y Nueva York era de ocho días, aprovechando el ferrocarril entre Nuevo México y San Luís Missouri. Las comunicaciones hacia los Estados Unidos tienen un sentido, el comercial y empresarial, caso contrario hacia el centro del país, si nos basamos en don Antonio García y Cubas, quien sólo indica las distancias entre las poblaciones, sin establecer ninguna relación con las potencialidades comerciales.
Hermosillo desarrolla su propio movimiento comercial aprovechando el tráfico con el puerto de Guaymas, hasta llegar a convertirse en un importante centro de distribución regional. Las comunicaciones aumentan el control sobre una vasta región hacia la sierra al oriente, y hacia los Distritos del Altar y Magdalena, puntos de contacto con el Territorio de Arizona. El mapa de Sonora trazado por Ernest Fleury en 1864, indica la importancia del camino del puerto rumbo al norte hasta Tucson, tocando a Hermosillo. Es el principal camino real carretero. Hacia el oriente, la población de Ures como punto receptor de caminos hacia otros de la sierra. Sólo los caminos de Ures a Hermosillo y al Altar son reales carreteros, y de cabalgadura hacia Arizpe y Fronteras, Moctezuma, Sahuaripa, La Trinidad y Álamos.
De mediados del siglo XIX nos vienen las primeras noticias sobre la construcción de un espacio arquitectónico, pensado ex profeso, para las actividades del ocio y de la cultura. La Junta sobre la Empresa de Teatro, formada por José María Portillo, Francisco G. Noriega y Celedonio Ortiz, creó un fondo con suscripciones voluntarias y, junto con los productos de las funciones de comedias, contrataron el 15 de abril de 1852 los servicios de Juan Salazar para la construcción de un teatro: “El Sr. Salazar se obliga a construir un teatro de las dimensiones y figuras que se representan en el plano que aquí se agrega, el cual contiene la fachada exterior, el centro, un patio, gradas, palcos y ( ) sobre éstos, llevando sus diferentes entradas y además un pasadizo o corredor especial para los palcos.
Una nota publicada en 1859, relata la construcción del primer edificio público de Gobierno en Hermosillo, la Casa Municipal. La nota es confusa en su redacción ya que también afirma haber sido construida “sobre el mismo plano que ocupaba el antiguo”. Es probable que el antiguo edificio se tratara de una casa en la cual sesionara el Ayuntamiento, y fuera demolida para construir un edificio con los espacios apropiados: “Los Sres. Capitulares pueden tener sus acuerdos dentro de un recinto digno de ese cuerpo”. La nueva Casa Municipal fue inaugurada el 10 de septiembre del citado año, con el apadrinamiento de los Sres. Pesqueira y Camou, quienes “promovieron en el acto una suscripción para terminar las obras de ornato que faltan habiendo reunido la suma de mil pesos”. La construcción de un edificio apropiado para los acuerdos del Cuerpo Municipal, podría reflejar la importancia que tomaban los negocios asociados al movimiento comercial y su impacto regional.
Estos son los dos únicos edificios públicos registrados a mediados del siglo XIX de los que se han encontrado evidencias de archivo, sin contar los templos que también son públicos, un teatro y la Casa Municipal. Un aumento en el movimiento en los caminos y la incorporación de medios de comunicación, como las diligencias, va “acortando” las distancias con el exterior. Sin contar con las evidencias de archivo, podemos presumir el avecindamiento de gentes con experiencias un poco más citadinas, como para hacer y disfrutar del teatro. Los asuntos de la ciudad pasarían entonces de los puros problemas de los labriegos y sus suertes de tierra, a otros de mayor grado de complejidad. Un proceso que debió durar algunas décadas, recordemos el alineamiento de calles por el maestro Mambrila en 1840.
En la panorámica viendo hacia el norte y desde el cerro de la Campana, fechada por el Archivo General del Estado de Sonora, AGES, en 1900. La primera calle en la parte inferior de la fotografía sería la Calle del Carmen, actual No Reelección, con buenas construcciones pero limitadas en la ornamentación. De frente tenemos la calle Abasolo que tuerce hacia la izquierda en la Serdán, entonces calle de los Naranjos o de la Alameda, para continuar en la calle Guerrero rumbo al norte. Apreciamos el lote baldío donde construirían el Mercado Público a fines de la década de 1910. La población limitaba al norte en las actuales calles Oaxaca o Niños Héroes.
El Ferrocarril de Sonora en los linderos de la ciudad extiende el horizonte y las posibilidades de los vecinos. Una nueva dimensión de la velocidad, por medio de las actividades comerciales e industriales intervienen en la conformación de los espacios urbanos, promoviendo la integración de formas arquitectónicas. Las comunicaciones lograron romper la especie de “estado de sitio” que vivió Hermosillo durante el siglo XIX. El Ferrocarril de Sonora sustituyó los trenes de carretones transportando el comercio del puerto a la nueva Capital de Sonora y los depósitos de comercio que dieran vida a la población, pasaron a ser los elegantes almacenes comerciales donde los vecinos de la ciudad admiraban y adquirían las elegantes porcelanas, el cristal cortado, buenos vinos y otros artículos suntuarios. Las comunicaciones intensifican el contacto con el Viejo Mundo y Asia a través de del puerto de Guaymas, y con Norteamérica a través de la incipiente población fronteriza de Nogales. El comercio lleva al espectro social hacia actividades urbanas de mayor calidad: “hay que admitir que gran parte de la creatividad del siglo XIX se expresó en las leyes del mercado comercial; en el comercio se revelaban los genios que, en nuestro siglo, se revelan en el laboratorio” (El Kitsh. Abraham Moles. P. 105).
Al igual que en Europa, a principios del siglo XIX, en el Hermosillo de fines del mismo siglo, van desapareciendo o bajando de importancia los tendajones atendidos por el propietario. La relación propietario-cliente convertía a cada uno de los changarros en un diálogo diferente. El sentido del humor del dueño del mostrador intervenía de manera directa en la conducta que el cliente tenía que adoptar para realizar el ejercicio de compraventa. Caso contrario, el almacén comercial unifica, universaliza, la relación entre ambos agentes. No existe ya la obligación de comprar para ingresar a un almacén. Recorrer las vitrinas, mirar a través de los vidrios del mostrador, tocar los objetos, se convierte en un ejercicio lúdico. El comerciante juega con la imaginación de sus posibles clientes al permitirles vivir por instantes la fantasía provocada por los objetos. Regresan a sus casas o mansiones envueltos por el encanto de alguna porcelana de Sevres, alguna lámpara de cristal cortado que ya imagina sobre la mesita de centro que vieron en otro de los almacenes.
Se integra a la ciudad una nueva “especie” social, el profesionista, médicos, ingenieros, arquitectos, abogados, reconstruyendo lo urbano y doméstico desde un nuevo discurso, desde otras palabras. La medicina, en voz de sus practicantes, como el doctor Alfredo Caturegli, recrea el discurso de la ciencia médica en una población trascendiendo a ciudad: “Los naturales dinamóferos (sic) de cuanto vive: luz, electricidad, calor y movimiento, obtuvieron resultados sorprendentes y abrieron al ser doliente las puertas de la fisioterapia científica, poniendo a su disposición, como un beneficio maravilloso, los poderosos efectos de la electricidad en sus diversas formas”. La ciencia envuelta en el discurso del romanticismo decimonónico, en los giros literarios y alegorías sobre las maravillas del progreso y de la vida.
La imagen del consultorio del doctor Alfredo Caturegli es una historia en si misma. Evocativa en la elegante decadencia de fin de siglo. Un pesado mueble cajonero en la esquina inferior derecha, traza una diagonal recta, tajante hacia el rostro del doctor que mira absorto hacia una ventana que le arroja la luz del exterior lanzando su sombra sobre otro mueble, un librero acomodado en el fondo y con ornamentación que se antoja rococó caduco. A su espalda, algunos instrumento científicos y una puerta que se imagina abierta, por la que ha de cruzar acaso el “ser doliente” en busca del maravilloso alivio de la ciencia moderna. Sobre el primer mueble, cargado de instrumentos científicos, y sobre la testa del doctor penden sendos focos de luz eléctrica. ¿Acaso una metáfora de la luz del conocimiento? Es difícil no recordar la novela de Mary Shelly, Frankestein, en la que la electricidad se convierte en uno de los emblemas de la modernidad, al desafiar a las mismas fuerzas de la naturaleza.
Las conversaciones cambian con las formas y las formas generan nuevas conversaciones, la palabra. Una gran distancia media del Hermosillo de mediados del siglo XIX, casi una aldea por las descripciones, viviendo de una gran extensión de tierras de cultivo extendiéndose hacia el poniente siguiendo la vera del río de Sonora, al Hermosillo de principios del siglo XX, con sus plantas industriales, almacenes comerciales, despachos profesionales y mejores espacios para el ocio. La palabra genera. El viejo camino del viejo presidio del Pitic rumbo al puerto, se reduce cada vez más a la brecha infame llena de obstáculos y riesgos al paso de la vía férrea. La misma palabra, ferrocarril, escuchada y repetida durante décadas fue creando las imágenes del porvenir, los espacios que envolverían la industria y el comercio, y las mansiones de sus promotores.
Observemos el plano de la casa de Francisco A. Metzler, 1894, trazado con regla y garrapateado con una letra manuscrita que nos recuerda más los viejos documentos solicitando recursos para detener a los “bárbaros” apaches. A la vieja usanza, marcan las puertas abatidas sobre el plano, y los árboles son dibujitos casi infantiles. Vayamos a la página 45 y veamos el plano de la planta alta de la casa del licenciado Guillermo Domínguez, el oficio del arquitecto. Indican el espesor de los muros y la proyección del volado de la fachada, todo a escala. La letra indicando cada uno de los espacios es uniforme. Es el trabajo de un especialista y lo firma al calce.
El plano de la fachada de Catedral, es obra de un arquitecto, se piensa que del italiano Aquiles Baldassi, de quien hasta la fecha sólo conocemos su nombre. Primera representación gráfica encontrada en la historia de la arquitectura de Sonora jugando con los elementos y ornamentos del lenguaje clásico interpretado por los revivals del siglo XIX.
Como representas el espacio que pretendes construir o que ya lo está. Entre el Hermosillo de mediados del XIX y principios del XX, vemos el tránsito de la vida rural a los linderos de lo urbano, de un vocabulario a otro. Es la palabra la que construye el espacio, la que le va dando forma al ser en sí misma un espacio. No es lo mismo cuarto, en el plano de Metzler, al de recámara en la mansión del licenciado Domínguez. No es lo mismo dormir en un cuarto que hacerlo en una recámara. El paso de un Hermosillo al otro fue la incorporación de nuevas palabras, de giros literarios construyendo o describiendo las nuevas formas. Pero las palabras germinan si hay tierra que se los permita. El proyecto del teatro para la población, en 1852, utiliza palabras que nos indican un oficio en el proyectar y en el construir: La portada, columnas y cornisa de la fachada según está en el plano serán “de ladrillo y mezcla”. Hablan de palcos, bastidores y otros lugares comunes de la actividad teatral. Según el contrato, las representaciones teatrales eran parte de la vida cotidiana de Hermosillo.
Es importante recordar que la tradición constructiva dentro de las formas occidentales, nos viene de los misioneros jesuitas. Ellos trajeron las primeras formas y formaron los primeros oficiantes de la construcción, albañiles, carpinteros (guasinques, como los nombra Kino en sus Favores Celestiales), canteros al final del período misional. Con la expulsión de los jesuitas en el año de 1767 y la secularización de las misiones en 1832, interrumpieron un interesante proceso de aprendizaje e incorporación de formas. El oficio decae y las formas se simplifican. Por las evidencias de fines del siglo XIX, las formas arquitectónicas del barroco, utilizadas preferentemente por los misioneros, trascendieron a la arquitectura civil en las sencillas formas de las viejas casonas. Las panorámicas del Hermosillo del citado período, muestran un caserío de fachadas planas, o con sencillas enmarques en puertas y ventanas. Esta tarscendencia nos permitió comprender las formas propuestas por el neobarroco, a fines del siglo XIX y principios del XX. La propuesta de los Neos, segunda mitad del XIX, prenden en la población hasta la década de 1910 de manera notable con algunos ejemplos muy importantes a partir de la década de 1880.

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