sábado, 31 de enero de 2009

HISTORIA REGIONAL.

La Frontera Norte de Sonora en el XIX.
Publicado en "En La Línea".
Hermosillo, Sonora. Septiembre de 1988.



Es de sobra conocido que las relaciones con el poderoso país que tenemos como vecino rumbo al norte ha definido nuestra identidad cultural en la necesidad de seguir siendo una nación, mientras que por otro lado ha alimentado las esperanzas de un gran sector por acceder al progreso y a la tan ansiada modernidad. La cultura fronteriza ha girado entre estos dos polos, uno de aceptación por servir de modelos para una mejor vida material, y otro de rechazo por agredir a la "identidad nacional". Los dos polos se comenzaron a formar desde que los norteamericanos tomaron el Valle de la Mesilla como territorio de paso al dorado sueño de la California. El primer sentimiento ante la vista de los inmigrantes fue de animadversión, estaba cerca y aun latente, el riesgo de perder más territorio en manos de los norteamericanos, como en realidad sucedió. Ante esto la solución fue formar una cadena de presidios fronterizos (instalación militar) que, por fuerza de las armas, defendiera el territorio nacional y sirviera como base a las futuras colonias. Línea defensiva trazada y diseñada desde el centro del país que no llegó a concretarse por falta de recursos humanos y materiales. Línea que no podía defender a la nación de las ideas de progreso que eran bien recibidas.
Junto con las muestras de defensa armada estaban los deseos de dejar atrás el mundo rural y disfrutar de los beneficios de la ciencia y la tecnología. En este sentido, la burguesía local es clara al resaltar los valores de la cultura anglosajona y los supuestos efectos positivos que tendrían entre "nuestros pobres y miserables campesinos". Y, como si fuera ungüento, tratarán de untar la mentalidad de dicha cultura para llevarlos por la senda del progreso. La visión de progreso modernizador los llevó a meterse en una especie de callejón sin salida. Los norteamericanos no estaban dispuestos a servir de modelo dejando de lado sus propios intereses, y los sonorenses no estaban dispuestos a ceder todo sin la posibilidad de participación.
Desde que el general Ignacio Pesqueira derrotó a Crabb en Caborca, 1859, hecho de armas que pasó a formar parte de los más selecto de la mitología sonorense, empieza el drama de las relaciones comerciales con los pobladores de allende la frontera. Entre estos dos momentos históricos se va formando la imagen que los naturales tienen del progreso. Dos actos que parecen antagónicos buscan, en realidad, la forma de que Sonora disfrute de las bondades del progreso.
No cabe duda que la cultura tiene sus bases en las relaciones materiales, la fronteriza se formó, y forma, en un largo proceso histórico de aceptación y rechazo de los modelos de la adelantada sociedad norteamericana que nos muestra a través de la línea fronteriza. La consigna de los pobladores, que tiene la vista fija hacia el otro lado es clara: queremos se como ustedes, pero queremos seguir siendo como somos. De aquí que sólo copiemos el telón de fondo, mientras que los actores representan los mismos papeles.

La Frontera en Ruinas.- Las noticias que nos llegan de la frontera norte desde las décadas de 1820 y 1830 nos pintan un cuadro desolador. El avance de los inmigrantes hacia el oeste, empujando a los "bárbaros" apaches, contribuyó a destruir las comunidades fundadas desde la época misional. Las mismas revoluciones internas restaron fuerza a la guerra contra las comunidades indígenas, colaborando a sus incursiones. El movimiento armado del general José Urrea, a fines de la década de 1830, propició el decaimiento de las fuerzas presidiales: "La desastrosa guerra civil que el ingratísimo Gral. Urrea trajo a su país natal lo puso en la mayor decadencia que jamás haya experimentado". Restablecido el orden, las autoridades estatales pusieron manos a la obra para componer la línea presidial. La revolución de Urrea obligó a utilizar las fuerzas presidiales en su contra, "quedando por este medio los presidios sin soldados y los salvajes sin este dique que les pusiera freno a sus depradaciones sanguinarias". Solicitaban para el caso que se destinaran los recursos de la aduana de Guaymas durante un año para reconstruir la maltrecha frontera. El 4 de abril del mismo año se dirigieron de nueva cuenta al Ministerio del Interior, informándole que de Ures, Capital del Estado entonces, salieron cien hombres abastecidos de lo necesario para hacer la guerra a los "bárbaros". Doscientos más del Partido de Oposura, uno de los que más resentían las incursiones apaches, salieron con el mismo rumbo y fin. Solicitaban de nuevo los recursos de la aduana de Guaymas, pues temían que esta reducida fuerza sólo sirviera para "preparar su saña y enardecer la cólera que les es natural". La guerra por el poder entre conservadores y liberales contribuyó bastante al deterioro de la frontera con los Estados Unidos.
El Valle de la Mesilla, sonorense hasta 1853, fue el territorio de paso de los inmigrantes al oro de la alta California. En el trayecto hostilizaban pueblos y rancherías aumentando el estado de zozobra. Aquellas vastas regiones eran casi "tierra de nadie", ya que poco podían hacer las autoridades mexicanas para detenerlos. De estas décadas abundan las noticias de alzamientos indígenas contra las poblaciones mestizas, tal vez como preludio a la próxima escalada norteamericana contra México. Las tribus indígenas de la región participaron, conscientes o no, en apoyo de los inmigrantes como fuerza de desgaste, aprovechando las mismas fricciones internas. En marzo de 1842, informan al Ministerio de Relaciones Exteriores y Gobernación de la "introducción de una partida de extranjeros con pretensiones seductivas a la tribu de los pápagos"". La medida a tomar fue la pronta expulsión de los extranjeros o no que fueran sospechosos. El mismo general Urrea salió un mes más tarde con armas y municiones y "las facultades necesarias para levantar tropas que contengan, castiguen y reduzcan al orden social a los salvajes que continuamente hostilizan a los pacíficos habitantes de ese Departamento". A la par de los apaches, los pápagos constituían una sera amenaza a la tranquilidad pública.
Las poblaciones del Valle de la Mesilla resintieron el constante paso de los inmigrantes hacia la Alta California. A principios de 1847 "el coronel D. José María González pasó para el presidio de Santa Cruz con setenta infantes para reunirse a la tropa que hay en el Tucson y seguir la marcha en alcance de la partida de norteamericanos que de tránsito para la California hostilizan dicho presidio". El Valle de la Mesilla empezó a perderse desde que se convirtió en paso a la Alta California. En este período la frontera norte de Sonora era en realidad un "media luna", cubriendo desde Bavispe, en el sur, hasta el Tucson en el norte. La media luna se rompe con el constante trajinar de los aventureros al oro de California. Las medidas para resolver el problema llegaron demasiado tarde. En abril de 1859 giraron instrucciones al Gobierno del Estado, del Gobierno Central, sobre el particular: "siendo conveniente a la tranquilidad pública del país el que por ningún motivo se introduzcan a la República por sus fronteras grandes reuniones de aventureros armados, aunque aleguen que lo hacen de tránsito para la California u otros lugares, S. E. esté a la mira y no permita que por este Estado se efectuen tales incursiones a menos que lo hagan en pequeñas partidas". Pero por más pequeñas que fueran las partidas, formaban grandes pueblos que posteriormente se transformaban en ciudades.
La desesperación, la impotencia y los malos manejos administrativos, fueron el común denominador en los reportes de la frontera norte, al menos entre Sonora y el Territorio de Arizona. En contrapartida, los mismo dejaron constancia de los buenos tiempos del período misional. Uno de éstos, fechado en septiembre de 1841, registró nueve pueblos y cuatro presidios, comprendiendo un territorio de Caborca hasta el Tucson, dilata región que contaba entonces con un poco más de diez mil habitantes. Parca población dada la extensión, más aun para los inmensos y variados recursos naturales, especialmente la minería. En los años de 1779 y 1803, descubrieron, respectivamente, los placeres de oro de La Ciénega y Los Llanos. Cerca de la misión de San Ignacio dieron con un lugar al que nombraron Planchas de Plata, "por haberse tenido que pegar fuego, a fin de que derritiéndose se pudiera trozar para extraerse". En 1836 sacaron una plancha de plata de ocho marcos. Por el brazo del mar, al poniente, había señales de placeres de perla y buenas salinas, enumerando las mejores del Pinacate. Los pastizales desarrollaron la ganadería al grado de que, en 1822, salió de la misión de Tumacácori, Sonora entonces, una partida de ocho mil reses. Para terminar con esta breve relación de los recursos naturales, en el Río San Pedro, cerca del presidio de Santa Cruz, cazaban la nutria. Con la expulsión de los religiosos españoles, en 1822, la administración de estos vastos recursos pasaron al cuidado de un Administrador General, nombra por el Gobierno del Estado. Las temporalidades, bienes materiales de las misiones, se perdieron y la confusión reinó en la Alta Pimería, hasta la formación de un nuevo Estado.
En el norte y en el noroeste se desplantaba una línea armada tratando de detener las incursiones apaches al centro del Estado. La línea de presidios, en 1853, empezaba con el de Janos en Chihuahua, al oriente, comprendiendo en el norte los de Bavispe, Fronteras y Bacoachi. En la región central, los presidios de Santa Cruz, Tubac y Tucson defendían las entradas y "sierras que corren del Valle de San Andrés hasta la Ciénega de los Pimas y júcaros". A pesar de, las incursiones apaches deterioraron rápidamente las poblaciones del norte de Sonora. La tenacidad apache obligó a los vecinos de Santa Cruz a solicitar, en abril de 1842, el traslado de la población a sitio seguro. "Con fecha 28 de diciembre del año pasado (1842) dirigió un ocurso el vecindario del presidio de Santa Cruz en el Departamento de Sonora, al Excmo. Sr. Gobernador del mismo, manifestándole que la inseguridad en que se hallan respecto de sus vidas e intereses, les obliga a pedir se les señale algún punto en el interior del Departamento a donde internarse para preservar así sus vidas y proporcionarse algunos medios de subsistir". Las autoridades estatales, estaban conscientes de las dificultades por las que atravesaban los vecinos de Santa Cruz, pero también de conservar el punto de defensa del presidio. Para evitar el abandono propusieron el reforzamiento de la frontera norte, utilizando los "productos de la venta de bienes y temporalidades que existen en dicho Departamento y en el de Sinaloa". Destinaron también parte de los productos de las aduanas marítimas de Guaymas y Mazatlán.
Otro reporte sobre presidios, fechado el 25 de noviembre de 1848, da cuenta de igual forma del lamentable estado de los mismos: "Las compañías presidiales que cubren la línea fronteriza, son Altar, Tubac, Tucson, Santa Cruz, Fronteras, Bavispe y Bacoachi. Todos guardan el más deplorable estado. El de Altar apenas recuerda su nombre, se destruyó de hecho en su totalidad, sin que halla quedado otra cosa de ella mas que el Capitán y dos sargentos. Las fábricas materiales de esta Compañía existen en ruinas describiéndose en confusión las que aun eran". En todos los presidios faltaban tropas y armamento para lograr un buen desempeño en la defensa de la frontera.
Si en la frontera oriente golpeaban los apaches, en la poniente lo hacían los pápagos. Según informes de 1846, los alzamientos de la tribu provocaron incalculables males a los pueblos del Partido. Para sofocar las rebeldías de las tribus indígenas rebeldes al gobierno, destinaron doscientos ochenta hombres. "La sección partió del Altar hacia los terrenos enemigos para acabar con los excesos hostiles de la tribu pápago". El peligro de sublevación podía trascender a los Partidos de Hermosillo y Horcasitas, regiones en las cuales podían abastecerse de bastimentos y caballada para sus posteriores incursiones. Las casi dos mil quinientas personas a las que ascendían los enemigos pápagos despoblaron cinco placeres de oro en el Partido.
El Río Colorado es el extremo poniente del Distrito del Altar, actual límite entre Sonora y Baja California. Antes de que Guaymas fuera el principal puerto de Sonora, las embarcaciones se dirigían hasta la desembocadura del Colorado. En la rivera izquierda, en territorio de Arizona el fuerte Yuma era el contacto del movimiento marítimo comercial de la región. La importancia de Yuma aumentó con el tendido de la línea férrea hacia San Francisco, limitando las posibilidades de Guaymas y aumentando considerablemente el contrabando. Por las noticias de 1862, observamos un mayor intercambio comercial en la región del Colorado, a diferencia de la zona fronteriza serrana. La guerra de Secesión obligó a las autoridades norteamericanas a suspender y restringir el paso de mexicanos y norteamericanos por el fuerte Yuma. La prohibición se derogó a mediados de 1862, invitando a los habitantes de Sonora a vender sus productos en Arizona: "harina, carnes de puerco y cordero, azúcar, café, trigo, cebada, frutas, legumbres y otros. Advirtiendo el comunicado que todo aquel que se sirviera a prestar ayuda o adquirir información útil al enemigo sería aprehendido, reputado y castigado como traidor".
Estas eran las dos fronteras de Sonora en el siglo XIX. En el oriente la media luna formada por los presidios, que trató inútilmente de contener el avance de los inmigrantes y apaches. En el occidente, el despoblado Distrito del Altar. Cada una de ellas a tenido su propio desarrollo histórico y formado su propio espacio.

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