sábado, 16 de mayo de 2009

FRONTERA. Pueblos y Arquitectura.

Jesús Félix Uribe García.
Ed. La Diligencia.
90 Páginas. 21 Centímetros.
Fotos y cróquis.

ÍNDICE:

DE ENTRADA
EL SEPTENTRIÓN
LA FRONTERA
LOS "MALES"
La Línea Fronteriza
El Contrabando
LOS "REMEDIOS"
LA "DIPLOMACIA" INDÍGENA.
MISIÓN Y FRONTERA
ARQUITECTURA ANGLOSAJONA
La Casa Greene
Los "Neos"
EL SIGLO XX
POR ÚLTIMO
APÉNDICE

DE ENTRADA.- La historia de la frontera norte de Sonora pasó en pocas décadas de ser una región limítrofe con territorios por conquistar, a la línea divisoria con el país más poderoso del mundo. La expulsión de los jesuitas, en 1767, fue un intento de rescate del Septentrión para integrarlo a la economía vía explotación de los recursos naturales. Intento que quedara en eso, dejando por herencia una gran región despoblada y hostilizada por comunidades indígenas rebeldes al gobierno y grupos filibusteros tratando de recorrer la línea más al sur. El siglo XIX, una centuria casi desconocida en la historia de Sonora, es el tránsito hacia la época moderna. En sus inicios, los intentos por contener los avances anglosajones, en sus postrimerías, la magnificación del progreso resultado de la Revolución Industrial. Cien años de transición hacia la modernidad, en los cuales las relaciones con allende la frontera fueron vitales. La línea fronteriza con los Estados Unidos, en general, y en lo particular con el Territorio de Arizona, se trazó en un constante estira y afloja de los conflictos internos y sus relaciones con la población y proyectos anglosajones. Las tensiones jalonaban a la población por rumbos opuestos, los proyectos domésticos se enfrentaban a intereses encontrados desperdigando las pocas energías acumuladas por una escasa población tratando de aprender el discurso del progreso.
Los templos, orgullo arquitectónico de los jesuitas, se fueron deteriorando junto con los muros de las casas. Regresaban al polvo ante la indiferencia de los vecinos. Aquello era un caldero donde se cocinaba de todo, levantamientos indígenas rebeldes al Buen Gobierno, asonadas políticas, invasiones e intentos de invasiones filibusteras, bandolerismo. En medio de todo esto, un discurso que se escucha a lo lejos, el discurso del progreso, de las empresas industriales. El progreso decimonónico traerá junto con sus proyectos, las nuevas formas arquitectónicas, a la par rescatan los viejos modelos. Serán las empresas mineras las portadoras de las formas, como fue caso específico y, prácticamente único, el de Cananea. Sobre las ruinas de las casonas de adobe, se levantarán ahora los palacetes victorianos como los espacios de la modernidad decimonónica. Construcciones tan alejadas de aquella percepción de la forma y del espacio, tal vez como el mismo proyecto que las trajo.

El SEPTENTRIÓN.- Por los años del 1600, entraron los primeros misioneros jesuitas a lo que actualmente es el Estado de Sonora. Durante el siglo XVII, avanzaron rumbo al norte reduciendo a las comunidades indígenas desperdigadas en “rancherías” para organizar las misiones y los pueblos de indios, o de visita. Las misiones fundadas producían lo necesario para sostenerse y lo excedente para continuar avanzando sobre territorio “desconocido”. Durante esta centuria actuaron, al perecer, con las manos libres y poca atención por parte de reyes y virreyes. El territorio que iban ocupando era rico en metales pero escaso en recursos materiales y humanos para explotarlos, por lo que resultaba poco atractivo para la Corona. En aquella “lejanía” se encontraron con otros mitos, pero les permitió construir un sistema productivo al margen del Reino. Venidos de varios países de Europa, contaban con sus propios mitos, y esta primera frontera parece un concierto de mitos, europeos y autóctonos, con los que se entabló el primer encuentro.
Las dilatadas distancias del aquel vasto territorio, los caminos sin forma y llenos de peligros, los riesgos de que cayeran en manos de los franceses o de los ingleses, movió el interés del Rey. Lo hizo volver la vista hacia la región noroeste del Septentrión de la Nueva España poblada por comunidades indígenas, algunas bajo la autoridad de los padres jesuitas y otras bajo sus propios dominios. Los seguidores de San Ignacio de Loyola, cerraron filas en el territorio marcando sus propias fronteras e impidiendo el asentamiento de pobladores civiles. Mientras avanzaron hacia el norte integrando a los pueblos autóctonos a la cultura occidental, sumando territorio para la Corona. Pero parece que mientras más se alejaban del centro político de la Nueva España, organizaban sus propios planes de domino. El Noroeste de la Nueva España, según María del Valle Borrero, presenta singularidades: “Las misiones dieron al noroeste una peculiar característica. Aquel país se convirtió en un espacio exclusivo que permitió que se construyera una sociedad distinta a la de los colonos civiles. Los jesuitas estaban seguros de que la evangelización era más profunda sin intervención de éstos, ni del sistema administrativo que los amparaba”. (Fundación… P. 45). Por lo afirmado da la impresión de fronteras al interior del Reino de la Nueva España.
La presencia de los franceses e ingleses obligó a la Corona a la recuperación de todos estos territorios. A las intensiones jesuitas de control, sumaban el lamentable estado en que se encontraban los presidios. La corrupción, el destinar a los presidiales trabajos en las haciendas particulares de los capitanes que los alejaban de la línea de defensa, y otros problemas, vulneraban el sistema de defensa fronterizo. El virrey Casafuerte le informa al Rey de España en 1723 y, después del intercambio de correspondencia y toda la parafernalia de la burocracia real, nombra al coronel Pedro de Rivera y Villalón para levantar un informe detallado de todos los presidios. Contaba con las facultades necesarias para juzgar y, en su caso, deponer del puesto al capitán de presidio que considerara necesario hacer.
La visita de Rivera y Villalón a los presidios, sacó a relucir las prácticas de corrupción y desaciertos que minaban sus capacidades defensivas. Los capitanes se quedaban con la paga en efectivo de los presidiales, y lo hacían con géneros a precios más altos. Utilizaban el puesto de mando para atender sus negocios desatendiendo las necesidades de la tropa, e incluso utilizándola como mano de obra. El Capitán del presidio de Santa Rosa del Codoreguachi, Gregorio Álvarez Muñón y Quirós, varias veces denunciado, continuó en el puesto gracias al apoyo de su tío, el capitán Jacinto Fuelsaldaña, con quien realizaba muy buenos negocios. Después de revisar los libros de asientos y cuentas, de ver las deplorables condiciones de la tropa, mal vestida, peor alimentada y falta de espíritu, destituyó a Álvarez Muñón y lo acusó de quince cargos.
Las misiones, por su parte y desde fines del siglo XVII, mostraban signos de descomposición, que sirvieron de argumento a Rivera y Villalón para proponer la secularización de las mismas y permitir el acceso de la población civil. El doctor Ignacio Almada Bay, en la ponencia presentada en el Foro de las Misiones, 2005, afirma que las “misiones de Sonora y Sinaloa registraban un proceso de deterioro manifiesto desde 1690 y que la expulsión de los misioneros en 1767 ha encubierto al ofrecer un cariz ‘épico’, de persecución política, de ‘victimización’”. El doctor Almada Bay, nos ofrece toda una relatoría de la violencia con la cual trataban los misioneros a los indígenas. Siendo esta la causa de los constantes levantamientos de la población autóctona contra los misioneros jesuitas. En términos generales, el sistema misional y de presidios que conformaba la frontera del septentrión de la Nueva España, había perdido, desde fines del siglo XVII y principios del XVIII, la capacidad de sostener un territorio de acuerdo a sus funciones.
Avanzado el siglo XVIII, los ataques de los grupos indígenas asolaban con mayor fuerza la región fronteriza de Sonora. El 10 de septiembre de 1772, el Rey de España emite un reglamento e instrucción para los presidios del Septentrión, así como la reestructuración de la línea defensiva. El documento es importante por reflejar los vicios que mantuvieron, y al parecer continuaron, a los presidios. Refleja también la vida en la frontera. Uno de los problemas era el pago de los soldados presidiales, a los que se les hacia en “especie”, prohibiéndolo a partir del nuevo reglamento. El “cordón” de los presidios en la zona fronteriza de Sonora quedó como sigue: Altar, Tubac, Terrenate y Fronteras.

LA FRONTERA.- Las relaciones con el poderoso país que tenemos como vecino rumbo al norte han definido nuestra identidad cultural en la necesidad de seguir siendo una nación, mientras que por otro lado han alimentado las esperanzas de un gran sector por acceder al progreso y a la tan ansiada modernidad. La cultura fronteriza ha girado entre estos dos polos, uno de aceptación por servir de modelo rumbo a una mejor vida material, y otro de rechazo por agredir a la “identidad nacional”. Los dos polos se comenzaron a formar desde que los norteamericanos tomaron el Valle de la Mesilla como territorio de paso al dorado sueño de la California. El primer sentimiento ante la vista de los inmigrantes fue de animadversión, estaba cerca y aun latente, el riesgo de perder más territorio en manos de los norteamericanos, como en realidad sucedió. Ante esto, la solución fue reforzar la cadena de los presidios (instalaciones militares de frontera) que, por la fuerza de las armas, defendiera el territorio nacional y sirviera como base a las futuras colonias. Línea defensiva trazada y diseñada desde el centro del país que no llegó a concretarse por falta de recursos humanos y materiales. Línea que poco pudo defender la nación de las ideas de progreso bien recibidas.
Las muestras de la defensa armada compartían los deseos de dejar atrás el mundo rural para disfrutar de los beneficios de la ciencia y de la tecnología. En este sentido un sector social de la región fue claro al resaltar los valores de la cultura anglosajona y los efectos positivos que tendrían entre “nuestros pobres y miserables campesinos”. Y, como si fuera ungüento, trataron de untar la mentalidad de dicha cultura para llevarlos por la senda del progreso. La visión de progreso modernizador los llevó a meterse en una especie de callejón sin salida. Los anglosajones no estaban dispuestos a servir de modelo dejando de lado sus propios intereses, y los sonorenses no estaban dispuestos a ceder todo sin la posibilidad de participar.

POR ÚLTIMO. Por la frontera han transitado personajes con actitudes que sólo encontramos por éstos rumbos: el capitán de presidio, desinteresado por la buena defensa del territorio y usando los recursos del mismo para sus propios negocios; el marshall gringo, que no anda preguntando si está en Estados Unidos o en México para llevar a cabo la comisión encomendada, y el celador de la aduana, a quien sólo quedaba preguntar a los contrabandistas si traían camisitas de lana baratitas. Toda un obra de teatro. Tres personajes forjados a puro interpretar el espacio de frontera según sus personales intereses, de los reglamentos e instrucciones que se encarguen los burócratas del Reino o de la República Independiente. Actualmente se han agregado otros, pero esa es otra historia. El capitán, el marshall y el celador, cuanta gente, acciones, desiciones, actitudes y todo lo que quiera agregar, giran en torno a estos tres actores. Cada uno es una tensión sobre el panorama social.
El capitán del presidio, guardando las órdenes en un cajón bajo llave e imponiendo sus propias leyes sobre un pueblo de frontera atosigado por los males. Los soldados presidiales, los que pueden, escapando y yendo a engordar las filas del desempleo o del bandidaje, los que no, en labores y faenas de la hacienda del capitán en turno. El marshall, con una escasa visibilidad para encontrar la línea fronteriza y arrestar a quien se lo ordenen; y el celador de la aduana, viendo pasar el comercio ilegal hacia los territorios del norte y resto del Estado. Son los tres personajes que pintan la línea fronteriza entre Sonora y Arizona.


De venta en Librería Milenio, o al 662 1247093. (Incluye cd)

1 comentario:

Elda Irene Loustaunau B. dijo...

Hola!Su libro "Frontera.Pueblos y arquitectura.."Me ha parecido muy interesante,ameno.Antes no había pensado de la realidad de la frontera.Ahora vislumbro su importancia.
Me gustaria saber si hay publicación impresa en la SSH del VI Foro Misiones del Noroeste de México.Y de los anteriores.Cuando he ido a la SSH, no he recuerdo haber visto algún libro sobre esto.
Realmente son eventos donde se aprende mucho y se disfrutan las ponencias.Por cierto las ponencias del VII Foro Misiones del Noroeste,estuvieron muy interesantes,al menos las que pude escuchar.Ojalá siempre las tengamos.
Por otro lado me gustaría comentar que observo una gran influencia de historiadores y antropólogos en la obra intelectual de Hermosillo.Y tal vez deba decir...y de más allá.Aunque en Ud noto su formación o su gusto por la Arquitectura.Algo especial.Saludos. Elda Irene Loustaunau B.