sábado, 12 de noviembre de 2011
MONUMENTOS HISTÓRICOS DESAPARECIDOS.
domingo, 11 de abril de 2010
Jesús Félix Uribe García
A principios del Siglo XIX la población de Hermosillo era un caserío disperso en los alrededores del cerro de la Campana. Un pueblo con malas comunicaciones hacia el exterior y dedicado a la siembra y cría de ganado y con un parco movimiento comercial. De esta época tenemos noticias de uno de los primeros mercados públicos, conocidos con el nombre de parián. Es muy probable que se trate del que generó el espacio abierto en la calle Obregón, entre las de Garmendia y Obregón. La nota, del 22 de noviembre de 1837 y dirigida por el Ayuntamiento a la Prefectura le informa que “se crían diariamente y con abundancia inmundicias de todas clases por los vendedores de cañas, sandías…” Por medio de este mismo oficio consultan sobre la posibilidad de cobrar una mínima pensión a los comerciantes y destinarlo al aseo de la Plazuela del mercado.
En el mismo año, el 4 de diciembre, el Ayuntamiento propone la compra de dos casas y el traslado de una acequia con el fin de ampliar y mejorar la plaza del parián. Las dos casas pertenecían, una al ciudadano Fernando Méndez y la otra al de “igual clase” Joaquín Varela. Aquella pequeña población, con sus casas habitación dispersas por los cuatro rumbos, inicia el reacomodo de plazas, calles y acequias buscando darle un mejor orden.
No encontramos más noticias sobre esta plaza. Pero en una foto panorámica de Hermosillo de 1890, misma que puede apreciar en el fólder de la Plaza Zaragoza, vemos en la esquina inferior derecha un edificio en el lugar de la Plaza Hidalgo. La
construcción ocupa por completo el espacio con puertas en las dos fachadas que pueden apreciarse en la foto. El inmueble tiene, por la cantidad de accesos, un marcado carácter comercial. No tenemos noticias de la fecha en que fue demolido, siendo probable que esto haya sucedido en la década de 1910, al construirse el Mercado Municipal No. 1, “José María Pino Suárez.”
Es muy probable que en esta década de 1910 se hayan levantado las construcciones de estilo porfirista que aun sobreviven, el Banco de Sonora, ocupado ahora por las oficinas del Instituto Sonorense de Cultura; las conocidas como las Casas Camou, la del poniente sede del Colegio de Sonora y la del oriente por Radio Sonora; el edificio que ocupara el Banco de México y en la actualidad la conocida “Barra Hidalgo” y, al sur de la plaza, calle de por medio, la biblioteca del citado Colegio de Sonora. Es probable pues, que estas construcciones sean posteriores a 1900, dadas las características arquitectónicas con ornamentación mucho más elaborada que las anteriores al porfiriato, con sus sencillos enmarques en puertas y ventanas.
Por las construcciones bancarias y habitacionales, presumimos que la Plaza Hidalgo fue en aquellos tiempos de don Porfirio, un centro de reunión de lo más granado de la sociedad. Narran las crónicas que en las cercanías el Banco de Sonora abría sus puertas la cantina “La Central”. Un establecimiento de buena presentación propiedad de don Alberto Monteverde.
A estas construcciones agreguemos el desafortunadamente desaparecido Teatro Noriega, en la esquina de las calles de Obregón y Garmendia. Uno de los centros de recreación y esparcimiento más importantes de aquel Hermosillo y que sobrevivió hasta mediados del siglo XX como el cine Noriega.
El edificio del antiguo Banco de Sonora ha sido durante su historia la sede de agrupaciones y oficinas públicas. Recordemos sólo como ejemplo, aquellos años de la media del siglo pasado, como centro de reunión de los miembros de la Alianza Hispano Americana. En el mes de noviembre de 1945, un grupo de plomeros, electricistas y otros obreros de la construcción, remodelaba el viejo edificio bajo la supervisión de don Matías Cázares y la dirección del ingeniero Aureliano A. Corral.
Derribaron la bóveda del antiguo Banco de Sonora, construida con piedra y cemento, adaptando el espacio a las nuevas funciones de la “Logia Hermosillo No. 14” El proyecto de remodelación incluía “un magnífico salón biblioteca; sala de lectura; salón exclusivo para sesiones; hermoso salón de baile que será lo más moderno y novedoso de la costa del Pacífico; este salón servirá también como lunetario en caso ofrecido, teniendo cupo para 70 asientos, contará con un amplio y moderno foro; el local incluye también una sala de juegos y una barra de 13 metros de longitud equipada con fuente de refrescos y “quick lunch”. El edificio fue reinaugurado, ya como sede de la Logia, el 31 de diciembre del mismo año con un elegante baile al que asistieron las Logias Supremas de Ciudad Juárez y Tucson.
Con la apertura del boulevard Centenario, hoy boulevard Hidalgo, en el año de 1947, trasladaron la estatua de don Miguel Hidalgo y Costilla. En la foto central de este número podemos apreciar el aspecto anterior a la construcción de la Plazuela Hidalgo. En la actualidad es uno de los espacios públicos abiertos de gran ambiente cultural. Ya son tradicionales los tianguis culturales celebrados cada sábado, donde se reúnen productores y rescatistas de la cultura compartiendo con un público que se da cita para disfrutar de las presentaciones de grupos musicales, de teatro, danza y otros. Está usted invitado a asistir.
sábado, 3 de abril de 2010
Jesús Félix Uribe García
A principios del Siglo XIX la población de Hermosillo era un caserío disperso en los alrededores del cerro de la Campana. Un pueblo con malas comunicaciones hacia el exterior y dedicado a la siembra y cría de ganado y con un parco movimiento comercial. De esta época tenemos noticias de uno de los primeros mercados públicos, conocidos con el nombre de parián. Es muy probable que se trate del que generó el espacio abierto en la calle Obregón, entre las de Garmendia y Obregón. La nota, del 22 de noviembre de 1837 y dirigida por el Ayuntamiento a la Prefectura le informa que “se crían diariamente y con abundancia inmundicias de todas clases por los vendedores de cañas, sandías…” Por medio de este mismo oficio consultan sobre la posibilidad de cobrar una mínima pensión a los comerciantes y destinarlo al aseo de la Plazuela del mercado.
En el mismo año, el 4 de diciembre, el Ayuntamiento propone la compra de dos casas y el traslado de una acequia con el fin de ampliar y mejorar la plaza del parián. Las dos casas pertenecían, una al ciudadano Fernando Méndez y la otra al de “igual clase” Joaquín Varela. Aquella pequeña población, con sus casas habitación dispersas por los cuatro rumbos, inicia el reacomodo de plazas, calles y acequias buscando darle un mejor orden.
No encontramos más noticias sobre esta plaza. Pero en una foto panorámica de Hermosillo de 1890, misma que puede apreciar en el fólder de la Plaza Zaragoza, vemos en la esquina inferior derecha un edificio en el lugar de la Plaza Hidalgo. La construcción ocupa por completo el espacio con puertas en las dos fachadas que pueden apreciarse en la foto. El inmueble tiene, por la cantidad de accesos, un marcado carácter comercial. No tenemos noticias de la fecha en que fue demolido, siendo probable que esto haya sucedido en la década de 1910, al construirse el Mercado Municipal No. 1, “José María Pino Suárez.”
Es muy probable que en esta década de 1910 se hayan levantado las construcciones de estilo porfirista que aun sobreviven, el Banco de Sonora, ocupado ahora por las oficinas del Instituto Sonorense de Cultura; las conocidas como las Casas Camou, la del poniente sede del Colegio de Sonora y la del oriente por Radio Sonora; el edificio que ocupara el Banco de México y en la actualidad la conocida “Barra Hidalgo” y, al sur de la plaza, calle de por medio, la biblioteca del citado Colegio de Sonora. Es probable pues, que estas construcciones sean posteriores a 1900, dadas las características arquitectónicas con ornamentación mucho más elaborada que las anteriores al porfiriato, con sus sencillos enmarques en puertas y ventanas.
Por las construcciones bancarias y habitacionales, presumimos que la Plaza Hidalgo fue en aquellos tiempos de don Porfirio, un centro de reunión de lo más granado de la sociedad. Narran las crónicas que en las cercanías el Banco de Sonora abría sus puertas la cantina “La Central”. Un establecimiento de buena presentación propiedad de don Alberto Monteverde.
A estas construcciones agreguemos el desafortunadamente desaparecido Teatro Noriega, en la esquina de las calles de Obregón y Garmendia. Uno de los centros de recreación y esparcimiento más importantes de aquel Hermosillo y que sobrevivió hasta mediados del siglo XX como el cine Noriega.
El edificio del antiguo Banco de Sonora ha sido durante su historia la sede de agrupaciones y oficinas públicas. Recordemos sólo como ejemplo, aquellos años de la media del siglo pasado, como centro de reunión de los miembros de la Alianza Hispano Americana. En el mes de noviembre de 1945, un grupo de plomeros, electricistas y otros obreros de la construcción, remodelaba el viejo edificio bajo la supervisión de don Matías Cázares y la dirección del ingeniero Aureliano A. Corral.
Derribaron la bóveda del antiguo Banco de Sonora, construida con piedra y cemento, adaptando el espacio a las nuevas funciones de la “Logia Hermosillo No. 14” El proyecto de remodelación incluía “un magnífico salón biblioteca; sala de lectura; salón exclusivo para sesiones; hermoso salón de baile que será lo más moderno y novedoso de la costa del Pacífico; este salón servirá también como lunetario en caso ofrecido, teniendo cupo para 70 asientos, contará con un amplio y moderno foro; el local incluye también una sala de juegos y una barra de 13 metros de longitud equipada con fuente de refrescos y “quick lunch”. El edificio fue reinaugurado, ya como sede de la Logia, el 31 de diciembre del mismo año con un elegante baile al que asistieron las Logias Supremas de Ciudad Juárez y Tucson.
Con la apertura del boulevard Centenario, hoy boulevard Hidalgo, en el año de 1947, trasladaron la estatua de don Miguel Hidalgo y Costilla. En la foto central de este número podemos apreciar el aspecto anterior a la construcción de la Plazuela Hidalgo. En la actualidad es uno de los espacios públicos abiertos de gran ambiente cultural. Ya son tradicionales los tianguis culturales celebrados cada sábado, donde se reúnen productores y rescatistas de la cultura compartiendo con un público que se da cita para disfrutar de las presentaciones de grupos musicales, de teatro, danza y otros. Está usted invitado a asistir.
domingo, 5 de julio de 2009
ARQUITECTURA REGIONAL
sábado, 16 de mayo de 2009
FRONTERA. Pueblos y Arquitectura.
Ed. La Diligencia.
90 Páginas. 21 Centímetros.
Fotos y cróquis.
ÍNDICE:
DE ENTRADA
EL SEPTENTRIÓN
LA FRONTERA
LOS "MALES"
La Línea Fronteriza
El Contrabando
LOS "REMEDIOS"
LA "DIPLOMACIA" INDÍGENA.
MISIÓN Y FRONTERA
ARQUITECTURA ANGLOSAJONA
La Casa Greene
Los "Neos"
EL SIGLO XX
POR ÚLTIMO
APÉNDICE
DE ENTRADA.- La historia de la frontera norte de Sonora pasó en pocas décadas de ser una región limítrofe con territorios por conquistar, a la línea divisoria con el país más poderoso del mundo. La expulsión de los jesuitas, en 1767, fue un intento de rescate del Septentrión para integrarlo a la economía vía explotación de los recursos naturales. Intento que quedara en eso, dejando por herencia una gran región despoblada y hostilizada por comunidades indígenas rebeldes al gobierno y grupos filibusteros tratando de recorrer la línea más al sur. El siglo XIX, una centuria casi desconocida en la historia de Sonora, es el tránsito hacia la época moderna. En sus inicios, los intentos por contener los avances anglosajones, en sus postrimerías, la magnificación del progreso resultado de la Revolución Industrial. Cien años de transición hacia la modernidad, en los cuales las relaciones con allende la frontera fueron vitales. La línea fronteriza con los Estados Unidos, en general, y en lo particular con el Territorio de Arizona, se trazó en un constante estira y afloja de los conflictos internos y sus relaciones con la población y proyectos anglosajones. Las tensiones jalonaban a la población por rumbos opuestos, los proyectos domésticos se enfrentaban a intereses encontrados desperdigando las pocas energías acumuladas por una escasa población tratando de aprender el discurso del progreso.
Los templos, orgullo arquitectónico de los jesuitas, se fueron deteriorando junto con los muros de las casas. Regresaban al polvo ante la indiferencia de los vecinos. Aquello era un caldero donde se cocinaba de todo, levantamientos indígenas rebeldes al Buen Gobierno, asonadas políticas, invasiones e intentos de invasiones filibusteras, bandolerismo. En medio de todo esto, un discurso que se escucha a lo lejos, el discurso del progreso, de las empresas industriales. El progreso decimonónico traerá junto con sus proyectos, las nuevas formas arquitectónicas, a la par rescatan los viejos modelos. Serán las empresas mineras las portadoras de las formas, como fue caso específico y, prácticamente único, el de Cananea. Sobre las ruinas de las casonas de adobe, se levantarán ahora los palacetes victorianos como los espacios de la modernidad decimonónica. Construcciones tan alejadas de aquella percepción de la forma y del espacio, tal vez como el mismo proyecto que las trajo.
El SEPTENTRIÓN.- Por los años del 1600, entraron los primeros misioneros jesuitas a lo que actualmente es el Estado de Sonora. Durante el siglo XVII, avanzaron rumbo al norte reduciendo a las comunidades indígenas desperdigadas en “rancherías” para organizar las misiones y los pueblos de indios, o de visita. Las misiones fundadas producían lo necesario para sostenerse y lo excedente para continuar avanzando sobre territorio “desconocido”. Durante esta centuria actuaron, al perecer, con las manos libres y poca atención por parte de reyes y virreyes. El territorio que iban ocupando era rico en metales pero escaso en recursos materiales y humanos para explotarlos, por lo que resultaba poco atractivo para la Corona. En aquella “lejanía” se encontraron con otros mitos, pero les permitió construir un sistema productivo al margen del Reino. Venidos de varios países de Europa, contaban con sus propios mitos, y esta primera frontera parece un concierto de mitos, europeos y autóctonos, con los que se entabló el primer encuentro.
Las dilatadas distancias del aquel vasto territorio, los caminos sin forma y llenos de peligros, los riesgos de que cayeran en manos de los franceses o de los ingleses, movió el interés del Rey. Lo hizo volver la vista hacia la región noroeste del Septentrión de la Nueva España poblada por comunidades indígenas, algunas bajo la autoridad de los padres jesuitas y otras bajo sus propios dominios. Los seguidores de San Ignacio de Loyola, cerraron filas en el territorio marcando sus propias fronteras e impidiendo el asentamiento de pobladores civiles. Mientras avanzaron hacia el norte integrando a los pueblos autóctonos a la cultura occidental, sumando territorio para la Corona. Pero parece que mientras más se alejaban del centro político de la Nueva España, organizaban sus propios planes de domino. El Noroeste de la Nueva España, según María del Valle Borrero, presenta singularidades: “Las misiones dieron al noroeste una peculiar característica. Aquel país se convirtió en un espacio exclusivo que permitió que se construyera una sociedad distinta a la de los colonos civiles. Los jesuitas estaban seguros de que la evangelización era más profunda sin intervención de éstos, ni del sistema administrativo que los amparaba”. (Fundación… P. 45). Por lo afirmado da la impresión de fronteras al interior del Reino de la Nueva España.
La presencia de los franceses e ingleses obligó a la Corona a la recuperación de todos estos territorios. A las intensiones jesuitas de control, sumaban el lamentable estado en que se encontraban los presidios. La corrupción, el destinar a los presidiales trabajos en las haciendas particulares de los capitanes que los alejaban de la línea de defensa, y otros problemas, vulneraban el sistema de defensa fronterizo. El virrey Casafuerte le informa al Rey de España en 1723 y, después del intercambio de correspondencia y toda la parafernalia de la burocracia real, nombra al coronel Pedro de Rivera y Villalón para levantar un informe detallado de todos los presidios. Contaba con las facultades necesarias para juzgar y, en su caso, deponer del puesto al capitán de presidio que considerara necesario hacer.
La visita de Rivera y Villalón a los presidios, sacó a relucir las prácticas de corrupción y desaciertos que minaban sus capacidades defensivas. Los capitanes se quedaban con la paga en efectivo de los presidiales, y lo hacían con géneros a precios más altos. Utilizaban el puesto de mando para atender sus negocios desatendiendo las necesidades de la tropa, e incluso utilizándola como mano de obra. El Capitán del presidio de Santa Rosa del Codoreguachi, Gregorio Álvarez Muñón y Quirós, varias veces denunciado, continuó en el puesto gracias al apoyo de su tío, el capitán Jacinto Fuelsaldaña, con quien realizaba muy buenos negocios. Después de revisar los libros de asientos y cuentas, de ver las deplorables condiciones de la tropa, mal vestida, peor alimentada y falta de espíritu, destituyó a Álvarez Muñón y lo acusó de quince cargos.
Las misiones, por su parte y desde fines del siglo XVII, mostraban signos de descomposición, que sirvieron de argumento a Rivera y Villalón para proponer la secularización de las mismas y permitir el acceso de la población civil. El doctor Ignacio Almada Bay, en la ponencia presentada en el Foro de las Misiones, 2005, afirma que las “misiones de Sonora y Sinaloa registraban un proceso de deterioro manifiesto desde 1690 y que la expulsión de los misioneros en 1767 ha encubierto al ofrecer un cariz ‘épico’, de persecución política, de ‘victimización’”. El doctor Almada Bay, nos ofrece toda una relatoría de la violencia con la cual trataban los misioneros a los indígenas. Siendo esta la causa de los constantes levantamientos de la población autóctona contra los misioneros jesuitas. En términos generales, el sistema misional y de presidios que conformaba la frontera del septentrión de la Nueva España, había perdido, desde fines del siglo XVII y principios del XVIII, la capacidad de sostener un territorio de acuerdo a sus funciones.
Avanzado el siglo XVIII, los ataques de los grupos indígenas asolaban con mayor fuerza la región fronteriza de Sonora. El 10 de septiembre de 1772, el Rey de España emite un reglamento e instrucción para los presidios del Septentrión, así como la reestructuración de la línea defensiva. El documento es importante por reflejar los vicios que mantuvieron, y al parecer continuaron, a los presidios. Refleja también la vida en la frontera. Uno de los problemas era el pago de los soldados presidiales, a los que se les hacia en “especie”, prohibiéndolo a partir del nuevo reglamento. El “cordón” de los presidios en la zona fronteriza de Sonora quedó como sigue: Altar, Tubac, Terrenate y Fronteras.
LA FRONTERA.- Las relaciones con el poderoso país que tenemos como vecino rumbo al norte han definido nuestra identidad cultural en la necesidad de seguir siendo una nación, mientras que por otro lado han alimentado las esperanzas de un gran sector por acceder al progreso y a la tan ansiada modernidad. La cultura fronteriza ha girado entre estos dos polos, uno de aceptación por servir de modelo rumbo a una mejor vida material, y otro de rechazo por agredir a la “identidad nacional”. Los dos polos se comenzaron a formar desde que los norteamericanos tomaron el Valle de la Mesilla como territorio de paso al dorado sueño de la California. El primer sentimiento ante la vista de los inmigrantes fue de animadversión, estaba cerca y aun latente, el riesgo de perder más territorio en manos de los norteamericanos, como en realidad sucedió. Ante esto, la solución fue reforzar la cadena de los presidios (instalaciones militares de frontera) que, por la fuerza de las armas, defendiera el territorio nacional y sirviera como base a las futuras colonias. Línea defensiva trazada y diseñada desde el centro del país que no llegó a concretarse por falta de recursos humanos y materiales. Línea que poco pudo defender la nación de las ideas de progreso bien recibidas.
Las muestras de la defensa armada compartían los deseos de dejar atrás el mundo rural para disfrutar de los beneficios de la ciencia y de la tecnología. En este sentido un sector social de la región fue claro al resaltar los valores de la cultura anglosajona y los efectos positivos que tendrían entre “nuestros pobres y miserables campesinos”. Y, como si fuera ungüento, trataron de untar la mentalidad de dicha cultura para llevarlos por la senda del progreso. La visión de progreso modernizador los llevó a meterse en una especie de callejón sin salida. Los anglosajones no estaban dispuestos a servir de modelo dejando de lado sus propios intereses, y los sonorenses no estaban dispuestos a ceder todo sin la posibilidad de participar.
POR ÚLTIMO. Por la frontera han transitado personajes con actitudes que sólo encontramos por éstos rumbos: el capitán de presidio, desinteresado por la buena defensa del territorio y usando los recursos del mismo para sus propios negocios; el marshall gringo, que no anda preguntando si está en Estados Unidos o en México para llevar a cabo la comisión encomendada, y el celador de la aduana, a quien sólo quedaba preguntar a los contrabandistas si traían camisitas de lana baratitas. Toda un obra de teatro. Tres personajes forjados a puro interpretar el espacio de frontera según sus personales intereses, de los reglamentos e instrucciones que se encarguen los burócratas del Reino o de la República Independiente. Actualmente se han agregado otros, pero esa es otra historia. El capitán, el marshall y el celador, cuanta gente, acciones, desiciones, actitudes y todo lo que quiera agregar, giran en torno a estos tres actores. Cada uno es una tensión sobre el panorama social.
El capitán del presidio, guardando las órdenes en un cajón bajo llave e imponiendo sus propias leyes sobre un pueblo de frontera atosigado por los males. Los soldados presidiales, los que pueden, escapando y yendo a engordar las filas del desempleo o del bandidaje, los que no, en labores y faenas de la hacienda del capitán en turno. El marshall, con una escasa visibilidad para encontrar la línea fronteriza y arrestar a quien se lo ordenen; y el celador de la aduana, viendo pasar el comercio ilegal hacia los territorios del norte y resto del Estado. Son los tres personajes que pintan la línea fronteriza entre Sonora y Arizona.
De venta en Librería Milenio, o al 662 1247093. (Incluye cd)
domingo, 29 de marzo de 2009
ESCUELA DE NIÑAS: "LEONA VICARIO".
Hermosillo, Sonora. México.
En el mes de junio de 1909, el Ejecutivo del Estado celebró un contrato con el ingeniero Felipe Salido, para la construcción de la Escuela "Leona Vicario". El Gobierno del Estado compró el terreno conocido como "La Chicharra" en el barrio de Las Sabanillas, propiedad que era administrada por la albacea de la testamentaria de doña Guadalupe A. de Durón, con un costo de doce mil quinientos pesos.
El 12 de febrero del siguiente año inauguraron el edificio como parte de los festejos del Centenario de la Independencia. Al evento asistieron maestros de renombre, como el recordado Heriberto Aja. Con frases de aliento por la superación intelectual de la mujer, el Gobernador del Estado, declaró solemnemente inaugurada la Escuela para Niñas.
Recogemos un párrafo de la crónica de inauguración del plantel: "En el amplio vestíbulo se improvisó un estrado, para los representantes de la autoridad, oradores y directores de fiesta. A la derecha estaba la tribuna. En las calzadas del frente había sillas para la concurrencia, que fue numerosa y heterogénea pues todas las clases sociales tenían allí representantes. Las hermosas hijas de Sonora, sencillas y elegantemente ataviadas, daban realce con sus gracias, al lucido evento".
Desde sus inicios contaba con un parque de recreo cruzando la calle Yañez al poniente. Durante años, las alumnas del plantel cruzaban la calle con el riesgo de un accidente. Para evitarlos, el Ayuntamiento contrató los servicios de "un técnico" para la construcción de un paso subterraneo elimininado así el riesgo de un accidente.
domingo, 1 de marzo de 2009
CENTRO HISTÓRICO DE HERMOSILLO.
(Derechos Reservados)
Fragmento.
Ed. La Diligencia. 2009.
Hermosillo, Sonora.
1.- De Pueblo a Ciudad.
Sonora cruzó el siglo XIX por un verdadero berenjenal. Lo cruzó rodeado por comunidades indígenas irrumpiendo en las actividades productivas, asolando las rancherías del Distrito e interrumpiendo las precarias comunicaciones hacia un mundo que las intensificaba cada vez más, y por gavillas de bandoleros esperando el paso de la diligencia y atrasando los negocios con sus asaltos a mano armada. Grandes eran los riesgos de salir a los caminos, pero los negocios lo exigían. Cruzaban la “línea” protegidos por partidas de “ciudadanos armados con el objeto de escoltar conductas y algunos particulares…” Previendo que las mismas escoltas fueran en el futuro riesgos para los viajeros, reglamentaron las partidas desde el Ministerio de Guerra. El documento fechado a mediados de agosto de 1851, exigía a las autoridades civiles autorizar la convocatoria para la formación de los grupos, tomar nota del nombre de quien comandara las fuerzas, así como del punto de destino y del itinerario. Los riesgos y las distancias eran igual de dilatados. El exterior debió haber sido algo parecido a imágenes sueltas y borrosas que llegaban después de penosos tránsitos. Retazos, pedacería de un mundo modernizándose a zancadas y abriendo los nuevos caminos al comercio.
La calidad de una población depende y está estrechamente ligada a la calidad de las comunicaciones. En ocasiones los caminos nos adelantan el ambiente que podemos esperar en el pueblo que está al final del viaje. El que unía a Hermosillo con el puerto era prácticamente una brecha, llena de hoyancos, cruzada por arroyos sin vados y otros obstáculos, como piedras o grandes ramas. Y esta era la principal vía de comunicación de Hermosillo hacia el exterior y con el puerto de Guaymas como intermediario. Todo el norte y gran parte del sur de Sonora dependía del puerto para su movimiento comercial. El muelle de Guaymas era un asunto “estatal”, un asunto regional de importancia vital. Durante la construcción del muelle en 1836, el Gobernador del Departamento de Sonora decretó que todos los reos sentenciados a obras públicas de los Partidos de Arizpe, San Ignacio, Guadalupe, Moctezuma, Sahuaripa, Horcacitas, Hermosillo, Salvación de Buenavista y Loreto de Baroyeca, o sea prácticamente los de todo Sonora, fueran conducidos a la Villa de San Fernando de Guaymas y ocuparlos en los trabajos del muelle.
Hermosillo dependía del camino hacia el puerto para el desarrollo de sus negocios y el acceso de los insumos necesarios para el buen curso de sus empresas. El desarrollo urbano de la ciudad ha estado ligado al de las comunicaciones y sus medios de transporte. A la par, el puerto requería la mejora del camino y la formación de empresas de transporte, como las diligencias, para incrementar el movimiento comercial hacia el interior de la región. El 5 de abril de 1851, el Estado concedió a Dionisio Aguilar, Bernardo Lacarra, Manuel Oruño y Mateo Uruchurto, la exclusividad por diez años para explotar la línea de diligencias entre Guaymas y Hermosillo. La incorporación de nuevos medios de comunicación aumenta la capacidad de producción y de intercambio comercial.
Las primeras imágenes de la población las bosquejaron los viajeros extranjeros durante la primera mitad del siglo XIX. Henry G. Ward, de nacionalidad inglesa publicó su obra “México en 1827”, en la cual describe Hermosillo: “La población está construida de manera muy curiosa, ya que no hay nada que se parezca a una calle; las casas están dispersas en todas direcciones, con tan poca intensión de tener orden como si hubieran sido acomodadas por una tormenta”. El movimiento comercial a través del puerto de Guaymas trajo interesantes posibilidades a la economía de Hermosillo, que incidieron en su organización espacial. En el mes de marzo de 1840, el Y. Ayuntamiento contrató los servicios del maestro Mambrila para realizar los trabajos de trazo de las calles y delimitación de las cuadras.
Los viajeros del siglo XIX recorrieron el mundo buscando y estableciendo los contactos para extender los dominios del movimiento comercial. Al mismo tiempo, propagaron las ideas y las imágenes y establecer la comunicación entre los países promotores y los que iban integrando a este Nuevo Mundo. Las formas y los espacios arquitectónicos como medios de comunicación. Ward conoció la población cuando aun era la Villa del Pitic. Un pequeño poblado con sus tierras de labor extendiéndose a lo largo del Río de Sonora hacia el poniente, con un buen número de vecinos habitando casas de buen ver en los alrededores de la plaza. La Villa ya era un centro comercial de presencia regional gracias al citado tráfico comercial con Guaymas, y las ideas van prendiendo. El 4 de mayo de 1831, el Gobierno del Estado decretó la Ley No. 13, con la que estableció en Hermosillo “La Sociedad de la Ilustración”: “Su objeto no es otro que discurrir sobre ciencias, artes y agricultura; y emitir sus luces a sus ciudadanos, ya por la prensa o ya por medio de la discusión”. (Col. Fernando Pesqueira. Tomo I. BFP).
De punto receptor del comercio marítimo, Hermosillo pasa a ser centro de distribución regional. En 1856, ya corrían las diligencias rumbo a Ures, rumbo a la puerta de entrada a la región del río de Sonora, importante región agrícola y con gran potencial en la explotación de la minería. En 1861, el empresario guaymense, Tomás Robinson, en representación de Alfonso Coindreau, comerciante guaymense también, solicitó una prórroga de tres meses para el establecimiento de la ruta entre Hermosillo y el Tucson. En 1878, la línea de diligencias de Antonio Varela, cubría la distancia entre Hermosillo y Magdalena, para continuar su viaje rumbo a Tucson. El mismo Varela cubría la distancia entre Hermosillo y la Villa del Altar, para continuar su viaje a la citada población del Territorio de Arizona.
Hacia donde o de donde van y vienen las rutas trazadas por las comunicaciones, cuales son las que ponderamos y cuales son las que consideramos secundarias. En este juego se va construyendo la región durante el siglo XIX. No dirigimos la vista de igual manera al centro del país que hacia el este y el oeste de los Estados Unidos. Recordemos ambas regiones antes de la presencia del vecino del norte. Hacia la primera, el centro de la Nueva España, éramos sólo un valladar y proveedor de algunas riquezas minerales, hacia la segunda, una frontera encaramada en sus males. Paso siguiente, vamos construyendo la imagen de los Estados Unidos con las lecturas del progreso decimonónico. La región se construye partiendo de una intención, dejar de ser un simple muro protector hacia el centro del país y construirse como una región con su propio proyecto. Una intención que permea la naciente línea fronteriza hacia los Estados Unidos, y son las rutas hacia aquel rumbo las que ponderamos.
Así las cosas y abrimos las rutas rumbo al norte. En 1868, el Gobierno del Estado estableció un correo directo hacia el Tucson, con lo que la correspondencia entre Hermosillo y Nueva York tardaría diez y seis días en llegar. Los tiempos se acortan al paso de los años y de la incorporación de tramos de ferrocarril en los Estados Unidos. En 1880, el viaje entre Hermosillo y Nueva York era de ocho días, aprovechando el ferrocarril entre Nuevo México y San Luís Missouri. Las comunicaciones hacia los Estados Unidos tienen un sentido, el comercial y empresarial, caso contrario hacia el centro del país, si nos basamos en don Antonio García y Cubas, quien sólo indica las distancias entre las poblaciones, sin establecer ninguna relación con las potencialidades comerciales.
Hermosillo desarrolla su propio movimiento comercial aprovechando el tráfico con el puerto de Guaymas, hasta llegar a convertirse en un importante centro de distribución regional. Las comunicaciones aumentan el control sobre una vasta región hacia la sierra al oriente, y hacia los Distritos del Altar y Magdalena, puntos de contacto con el Territorio de Arizona. El mapa de Sonora trazado por Ernest Fleury en 1864, indica la importancia del camino del puerto rumbo al norte hasta Tucson, tocando a Hermosillo. Es el principal camino real carretero. Hacia el oriente, la población de Ures como punto receptor de caminos hacia otros de la sierra. Sólo los caminos de Ures a Hermosillo y al Altar son reales carreteros, y de cabalgadura hacia Arizpe y Fronteras, Moctezuma, Sahuaripa, La Trinidad y Álamos.
De mediados del siglo XIX nos vienen las primeras noticias sobre la construcción de un espacio arquitectónico, pensado ex profeso, para las actividades del ocio y de la cultura. La Junta sobre la Empresa de Teatro, formada por José María Portillo, Francisco G. Noriega y Celedonio Ortiz, creó un fondo con suscripciones voluntarias y, junto con los productos de las funciones de comedias, contrataron el 15 de abril de 1852 los servicios de Juan Salazar para la construcción de un teatro: “El Sr. Salazar se obliga a construir un teatro de las dimensiones y figuras que se representan en el plano que aquí se agrega, el cual contiene la fachada exterior, el centro, un patio, gradas, palcos y ( ) sobre éstos, llevando sus diferentes entradas y además un pasadizo o corredor especial para los palcos.
Una nota publicada en 1859, relata la construcción del primer edificio público de Gobierno en Hermosillo, la Casa Municipal. La nota es confusa en su redacción ya que también afirma haber sido construida “sobre el mismo plano que ocupaba el antiguo”. Es probable que el antiguo edificio se tratara de una casa en la cual sesionara el Ayuntamiento, y fuera demolida para construir un edificio con los espacios apropiados: “Los Sres. Capitulares pueden tener sus acuerdos dentro de un recinto digno de ese cuerpo”. La nueva Casa Municipal fue inaugurada el 10 de septiembre del citado año, con el apadrinamiento de los Sres. Pesqueira y Camou, quienes “promovieron en el acto una suscripción para terminar las obras de ornato que faltan habiendo reunido la suma de mil pesos”. La construcción de un edificio apropiado para los acuerdos del Cuerpo Municipal, podría reflejar la importancia que tomaban los negocios asociados al movimiento comercial y su impacto regional.
Estos son los dos únicos edificios públicos registrados a mediados del siglo XIX de los que se han encontrado evidencias de archivo, sin contar los templos que también son públicos, un teatro y la Casa Municipal. Un aumento en el movimiento en los caminos y la incorporación de medios de comunicación, como las diligencias, va “acortando” las distancias con el exterior. Sin contar con las evidencias de archivo, podemos presumir el avecindamiento de gentes con experiencias un poco más citadinas, como para hacer y disfrutar del teatro. Los asuntos de la ciudad pasarían entonces de los puros problemas de los labriegos y sus suertes de tierra, a otros de mayor grado de complejidad. Un proceso que debió durar algunas décadas, recordemos el alineamiento de calles por el maestro Mambrila en 1840.
En la panorámica viendo hacia el norte y desde el cerro de la Campana, fechada por el Archivo General del Estado de Sonora, AGES, en 1900. La primera calle en la parte inferior de la fotografía sería la Calle del Carmen, actual No Reelección, con buenas construcciones pero limitadas en la ornamentación. De frente tenemos la calle Abasolo que tuerce hacia la izquierda en la Serdán, entonces calle de los Naranjos o de la Alameda, para continuar en la calle Guerrero rumbo al norte. Apreciamos el lote baldío donde construirían el Mercado Público a fines de la década de 1910. La población limitaba al norte en las actuales calles Oaxaca o Niños Héroes.
El Ferrocarril de Sonora en los linderos de la ciudad extiende el horizonte y las posibilidades de los vecinos. Una nueva dimensión de la velocidad, por medio de las actividades comerciales e industriales intervienen en la conformación de los espacios urbanos, promoviendo la integración de formas arquitectónicas. Las comunicaciones lograron romper la especie de “estado de sitio” que vivió Hermosillo durante el siglo XIX. El Ferrocarril de Sonora sustituyó los trenes de carretones transportando el comercio del puerto a la nueva Capital de Sonora y los depósitos de comercio que dieran vida a la población, pasaron a ser los elegantes almacenes comerciales donde los vecinos de la ciudad admiraban y adquirían las elegantes porcelanas, el cristal cortado, buenos vinos y otros artículos suntuarios. Las comunicaciones intensifican el contacto con el Viejo Mundo y Asia a través de del puerto de Guaymas, y con Norteamérica a través de la incipiente población fronteriza de Nogales. El comercio lleva al espectro social hacia actividades urbanas de mayor calidad: “hay que admitir que gran parte de la creatividad del siglo XIX se expresó en las leyes del mercado comercial; en el comercio se revelaban los genios que, en nuestro siglo, se revelan en el laboratorio” (El Kitsh. Abraham Moles. P. 105).
Al igual que en Europa, a principios del siglo XIX, en el Hermosillo de fines del mismo siglo, van desapareciendo o bajando de importancia los tendajones atendidos por el propietario. La relación propietario-cliente convertía a cada uno de los changarros en un diálogo diferente. El sentido del humor del dueño del mostrador intervenía de manera directa en la conducta que el cliente tenía que adoptar para realizar el ejercicio de compraventa. Caso contrario, el almacén comercial unifica, universaliza, la relación entre ambos agentes. No existe ya la obligación de comprar para ingresar a un almacén. Recorrer las vitrinas, mirar a través de los vidrios del mostrador, tocar los objetos, se convierte en un ejercicio lúdico. El comerciante juega con la imaginación de sus posibles clientes al permitirles vivir por instantes la fantasía provocada por los objetos. Regresan a sus casas o mansiones envueltos por el encanto de alguna porcelana de Sevres, alguna lámpara de cristal cortado que ya imagina sobre la mesita de centro que vieron en otro de los almacenes.
Se integra a la ciudad una nueva “especie” social, el profesionista, médicos, ingenieros, arquitectos, abogados, reconstruyendo lo urbano y doméstico desde un nuevo discurso, desde otras palabras. La medicina, en voz de sus practicantes, como el doctor Alfredo Caturegli, recrea el discurso de la ciencia médica en una población trascendiendo a ciudad: “Los naturales dinamóferos (sic) de cuanto vive: luz, electricidad, calor y movimiento, obtuvieron resultados sorprendentes y abrieron al ser doliente las puertas de la fisioterapia científica, poniendo a su disposición, como un beneficio maravilloso, los poderosos efectos de la electricidad en sus diversas formas”. La ciencia envuelta en el discurso del romanticismo decimonónico, en los giros literarios y alegorías sobre las maravillas del progreso y de la vida.
La imagen del consultorio del doctor Alfredo Caturegli es una historia en si misma. Evocativa en la elegante decadencia de fin de siglo. Un pesado mueble cajonero en la esquina inferior derecha, traza una diagonal recta, tajante hacia el rostro del doctor que mira absorto hacia una ventana que le arroja la luz del exterior lanzando su sombra sobre otro mueble, un librero acomodado en el fondo y con ornamentación que se antoja rococó caduco. A su espalda, algunos instrumento científicos y una puerta que se imagina abierta, por la que ha de cruzar acaso el “ser doliente” en busca del maravilloso alivio de la ciencia moderna. Sobre el primer mueble, cargado de instrumentos científicos, y sobre la testa del doctor penden sendos focos de luz eléctrica. ¿Acaso una metáfora de la luz del conocimiento? Es difícil no recordar la novela de Mary Shelly, Frankestein, en la que la electricidad se convierte en uno de los emblemas de la modernidad, al desafiar a las mismas fuerzas de la naturaleza.
Las conversaciones cambian con las formas y las formas generan nuevas conversaciones, la palabra. Una gran distancia media del Hermosillo de mediados del siglo XIX, casi una aldea por las descripciones, viviendo de una gran extensión de tierras de cultivo extendiéndose hacia el poniente siguiendo la vera del río de Sonora, al Hermosillo de principios del siglo XX, con sus plantas industriales, almacenes comerciales, despachos profesionales y mejores espacios para el ocio. La palabra genera. El viejo camino del viejo presidio del Pitic rumbo al puerto, se reduce cada vez más a la brecha infame llena de obstáculos y riesgos al paso de la vía férrea. La misma palabra, ferrocarril, escuchada y repetida durante décadas fue creando las imágenes del porvenir, los espacios que envolverían la industria y el comercio, y las mansiones de sus promotores.
Observemos el plano de la casa de Francisco A. Metzler, 1894, trazado con regla y garrapateado con una letra manuscrita que nos recuerda más los viejos documentos solicitando recursos para detener a los “bárbaros” apaches. A la vieja usanza, marcan las puertas abatidas sobre el plano, y los árboles son dibujitos casi infantiles. Vayamos a la página 45 y veamos el plano de la planta alta de la casa del licenciado Guillermo Domínguez, el oficio del arquitecto. Indican el espesor de los muros y la proyección del volado de la fachada, todo a escala. La letra indicando cada uno de los espacios es uniforme. Es el trabajo de un especialista y lo firma al calce.
El plano de la fachada de Catedral, es obra de un arquitecto, se piensa que del italiano Aquiles Baldassi, de quien hasta la fecha sólo conocemos su nombre. Primera representación gráfica encontrada en la historia de la arquitectura de Sonora jugando con los elementos y ornamentos del lenguaje clásico interpretado por los revivals del siglo XIX.
Como representas el espacio que pretendes construir o que ya lo está. Entre el Hermosillo de mediados del XIX y principios del XX, vemos el tránsito de la vida rural a los linderos de lo urbano, de un vocabulario a otro. Es la palabra la que construye el espacio, la que le va dando forma al ser en sí misma un espacio. No es lo mismo cuarto, en el plano de Metzler, al de recámara en la mansión del licenciado Domínguez. No es lo mismo dormir en un cuarto que hacerlo en una recámara. El paso de un Hermosillo al otro fue la incorporación de nuevas palabras, de giros literarios construyendo o describiendo las nuevas formas. Pero las palabras germinan si hay tierra que se los permita. El proyecto del teatro para la población, en 1852, utiliza palabras que nos indican un oficio en el proyectar y en el construir: La portada, columnas y cornisa de la fachada según está en el plano serán “de ladrillo y mezcla”. Hablan de palcos, bastidores y otros lugares comunes de la actividad teatral. Según el contrato, las representaciones teatrales eran parte de la vida cotidiana de Hermosillo.
Es importante recordar que la tradición constructiva dentro de las formas occidentales, nos viene de los misioneros jesuitas. Ellos trajeron las primeras formas y formaron los primeros oficiantes de la construcción, albañiles, carpinteros (guasinques, como los nombra Kino en sus Favores Celestiales), canteros al final del período misional. Con la expulsión de los jesuitas en el año de 1767 y la secularización de las misiones en 1832, interrumpieron un interesante proceso de aprendizaje e incorporación de formas. El oficio decae y las formas se simplifican. Por las evidencias de fines del siglo XIX, las formas arquitectónicas del barroco, utilizadas preferentemente por los misioneros, trascendieron a la arquitectura civil en las sencillas formas de las viejas casonas. Las panorámicas del Hermosillo del citado período, muestran un caserío de fachadas planas, o con sencillas enmarques en puertas y ventanas. Esta tarscendencia nos permitió comprender las formas propuestas por el neobarroco, a fines del siglo XIX y principios del XX. La propuesta de los Neos, segunda mitad del XIX, prenden en la población hasta la década de 1910 de manera notable con algunos ejemplos muy importantes a partir de la década de 1880.